Recuerdo como la primera cosa que me queda el sonido de la pared vibrando. Era un cuarto de pulmón sobre Kraus, boleros tal vez...

 

Recuerdo, yo que puedo, en medio de aquel silencio, aquella voz de tenor impune, perfecta, poderosa, mirando a los rosales. "Reloj, no marques las horas". Y ella, joven de nuevo, escuchaba en secreto. Lloraba. Me acariciaba. 

 

Luego, apenas quiero recordar. Lágrimas. Dolor. Una vida sin recuerdos no es siquiera muerte. Y con él, los rosales se fueron. 

 

Vuelvo a casa y me tumbo años después. Escucho a la perfección el vibrato, las respiraciones. No hay rosales ni la pared vibra, únicamente, recuerdo, yo que puedo.