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Recuerdo nuestras caras en aquella plaza. Llena de gente. El cartel que estaba a la derecha. La entrada al metro justo detrás de mí. Las personas que se cruzaban entre tú y yo. El sol brillaba. La fila del cine. El cartel de la derecha era del cine por cierto, aún estaba la última película que vimos. Pero, sobre todo, recuerdo nuestras sonrisas que se hacían más grandes a mediad que la distancia entre tú y yo se hacían más pequeña en aquella plaza...

 

Espera...

 

No era una plaza... Era en la playa. Sí, recuerdo la playa. El azul verdoso del agua, la arena fría. Estaba atardeciendo. El sol brillaba. Los chicos jugaban a la pelota. Había una sombrilla. Una pareja paseaba de un lado a otro de la orilla. Nuestra animada conversación. La sonrisa que se dibujaba entre tú y yo con cada frase en aquella playa...

 

Espera...

 

No era la playa... Era en la montaña. Sí, recuerdo aquella casa en la montaña. La chimenea. El frío que hacía fuera. Había nieve. No mucha, pero había. El fuego de la chimenea. La chimenea tenía troncos de árbol. Fuera había nieve. No mucha, pero había. El fuego de la chimenea. La chimenea tenía troncos de árbol. Fuera había nieve. La casa estaba en una montaña. Recuerdo tu sonrisa al ver la nieve, la la mía al ver los troncos de la chimenea, la nuestra al ver la casa en una montaña...

 

Espera...

 

No recuerdo nada. No recuerdo si fue en aquella plaza, en la playa o la montaña. No recuerdo nada. Maldita enfermedad. Maldita enfermedad. Ha hecho que olvide su nombre, su cara, el tacto de sus manos. Maldita enfermedad. No recuerdo si el último abrazo fue en aquella plaza, en la playa o la montaña. ¿Y si no fue en ninguno de esos lugares? Maldita enfermedad. Maldita enfermedad. Has hecho que olvide mi mejor recuerdo...

 

Espera...

 

Aún recuerdo su nombre. Es inolvidable. Dime que estaba en el banco de un parque, en la salida de una estación, en la puerta de un autobús, en la entrada de una casa, en la mesa de un restaurante, en la barra de un bar, en aquella plaza... Pero, maldita enfermedad, no me digas que olvide su sonrisa porque es inolvidable. Me robaste todo, pero incluso así yo hoy te grito: "Querida enfermedad, te recuerdo que jamás olvide su sonrisa, ahora dime tú donde nos vemos..."

José Miguel Pascual es periodista en EFE Panamá

No dejaré que me olvides

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